Una de las cosas más especiales que tiene fraguar un libro es el momento de compartirlo con los lectores, poder contarlo y hablar de todo lo que surja juntos. Las librerías son el mejor cobijo para encontrarnos, conocernos con los libros como detonantes de conversaciones y salir lleno de ideas.
La Librería Muga cumple 22 años este mes de diciembre y para mí ha sido un placer disfrutar la mañana de sábado con todas las familias que vinieron a escuchar ¡Malacatú! en esta burbuja única a la que uno quiere volver antes de haber salido. El tiempo voló contándonos cosas que nos hacían enfadar, desentrañando como hechiceros detectivescos qué ingredientes tiene las palabras mágicas, llenándonos la pizarra y las cabezas de ritmos que daban ganas irrefrenables de bailar: aguacaticala, ualishuludún, urdu turú.
Las trampas y retos de los trabalenguas, además de invocar carcajadas, nos pueden llevar a inventar palabras fantásticas, boas concristo, abradalbaba, Carlos Potagio… Empezamos a echar en la cazuela un potaje de palabras favoritas que nunca me había parado a hacer sonar tan ricamente al pronunciarlas con convicción hechicera ¡pepinillo!, ¡zanahoria! Así, transformarse en árbol de navidad, arcoíris, unicornio, en koala, reno, en ogro o en lobo de pezuñas a lo Rosalía, es lo de menos.
Gracias, Muga, por tejer redes de lectura y gracias a todos los que vinisteis a malacatuar la mañana del sábado pre-navideña.
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